miércoles, 28 de enero de 2009

No hay mal, en realidad


Y no le voy a negar que siento por usted una atracción malsana. Verdaderamente malsana.
Sí, pude empezar a sospecharlo cuando me amputó el seno izquierdo.
Entiendo un aire de resentimiento en su voz y hasta puedo justificarlo. Pero, deberá reconocerlo, tuve la decente precaución de estudiar medicina para poder tratar correctamente sus retiros y mantenerla con vida, así como graduarme de chef para que los platos sean dignos de usted.
De todas maneras no va quedando mucho de mi.
Claro, estamos recorriendo la gran curva de todo devenir humano. La del surgimiento, apogeo y decadencia.
¿Puedo sugerir que esos canapés en los que perdí mis primeros dedos fueron parte de ese "surgimiento" que usted menciona?
Suena interesante como teoría, pero le resta mérito, le aseguro. Si hubiese accedido a saborearlos no los colocaría en un modesto "surgimiento", sonaban soberbios, se lo aseguro.
¿Sonaban?
Sí. Cuando el sabor es tan sublime y sublime es, a su vez, la educación del paladar que los recibe, puedo garantizarle que la experiencia acaba teniendo tal armonía que compromete también el sentido auditivo.
Verdaderamente una desconsideración de mi parte no haberme querido saborear.
Y sí. Y queda poco de usted para que acabe por acceder a tal experiencia. Es el fin último que usted se empeña en despreciar.
Siento curiosidad por esa decadencia de la que habla. No acierto a imaginar qué parte de mi caerá clasificada como tal.
Le seré franco en este punto. Yo tampoco. Como en todo artista, cada paso es un acto y cada acto una creación. No tengo idea, ni quiero tenerla, acerca de lo que haré a futuro. ¿Imagina, acaso, que tengo un plan?
En verdad, ya no lo sé, pero en algún momento lo supuse.
Sinceramente me ofende y hasta casi me insulta. Me está rebajando a la calidad de un abogado, o un contador. Una verdadero acto de maldad de su parte.
Supongo que debería de pedirle disculpas, al menos mientras conserve la lengua, ¿no?
Sería muy apropiado de su parte.
Sí, creo que deberé callar de una vez, parece que a cada paso le hago daño.
Sin embargo no hay mal que no enseñe algo, ¿lo ve?, ahora ha logrado decidirme acerca de qué parte de usted es la que sigue.

martes, 27 de enero de 2009

Flambeando a septiembre


Él asoma por la ventana y sueña despacio. En clave. En signos. En esperada incordancia con la alquimia misma de siempre. Desapariciones de espíritu y revueltas en cada incorrecta esquina del sembrado entusiasmo que acabó en dos noches. O fueron más. nunca lo sabe. Cada recuerdo agrega capas, suma intersticios, devela requiebros, ahoga ascos.
    —Dos pasajes.
    —¿Trajo la sensación de rigor?
    —En septiembre me bajo, apenas.
    —Voy a tener que advertirlo, y bajó la mirada por vez primera.
    —Me va a obligar a matar.
    —Suena a pregunta.
    —Sonará a vacío.
    —Diga el porqué al subir y quedará en su asiento hasta que su esperar estalle, sonrió.
    —Lo dicho.
    —No es ninguna estridencia. La formación se pone en marcha y cerramos a las ocho.
    —Juega con luces de almíbar. No pretenderá que...
    —Hay más gente a su espalda, va a tener que ceder al callar.
  —¿Me garantiza el estoicismo?, ¿me extiende póliza de silencio?, ¿acabará de infectar la resurrección de una turbia vez? (breve suspiro de largo cansancio).
    —Buenas noches. Partimos.
    —Será en septiembre.
    Desmadeja claves y toma asiento mientras la formación se mueve. Abre un diario sin fotos ni fechas y coloca sus manos en dos o tres pareceres que concurren puntuales. Habíamos quedado en eso. Muchas gracias.
    Y el suelo crepita bajo su cuerpo. Y el suelo arranca. Como flambeando el cimentado rol de su existir en un juego remoto de gran importancia. Mira el diario y en página dos un ayer oculto bajo propaganda de jarabe le cuenta que perdió el juego hace tanto que ni juego había al perderlo. Él asoma su sonrisa por la ventana y duerme despacio. Septiembre espera. Septiembre espera y agosto apura su trago de beneficencia rota para caer en página catorce, junto al partido del sábado a la tarde. Agosto se le encripta en sus costillas y ya su respiración bastardea el paisaje en inútil movimiento sincopado, una delicia armónica que ronronea al lado de la lejana bocina de la formación.
    Dos asientos más allá, el clon fumado de Fred Astaire le cuenta al vagón todo que ejecutó tres cuadros de Broadway bailando sobre la cuerda floja que unía el Kavanagh con una antigua iglesia sumida en el incienso. Estallan los aplausos grabados desde un disco mientras tres asientos se desocupan a puro pasajero muerto, a puro caer en las vías mientras sigue durmiendo su vigilia de página veintidos, política exterior y mayoristas de carne. Agosto se le despereza en sus amigdalas y el aire es un raro recuerdo de un viaje exótico, una fragancia de eucalipto, de violetas de noviembre, de soles y siestas, de la voz de su madre pidiendole que duerma ya.
    Cierra el diario y, en la contratapa, un calendario ensombrecido de reflejos amarillos le canta que el dormitorio ya está en penumbra, que las sábanas son limpias, la almohada blanda y el sueño eterno. Ni mira el mes del calendario. Cerramos a las ocho, le dijeron.

lunes, 19 de enero de 2009

Reagresión


"Ser consciente es tan inútil como vaciar el alma cuando ya pasó el último tren", le había dicho ella, y él no se animó a completar "y encima hace un frío de cagarse", porque le conocía las miradas, pero más le conocía esa franja de emoción que se reservaba para los adioses perpetuos que encadenaban.

Quería respetar.
Sus manos envueltas en la bufanda y el pálido pestañear para domar montañas de únicas derivas, de salvas impolutas, de labios que nunca fueron. Si recordaba el sabor de su saliva se sentía culpable de extorsión, porque ella lo sabía y tanto bastaba. Si olvidaba su nombre honrado, se divertía mucho con la furia calendaria que encendía hasta los semáforos, parecía. Si se rendía ante las paredes de impiedad los sobrevolaba el aburrimiento en rasante insulto, óxido de cinismo que abandonaban ahogando la noche en vino. O no.

"Sé consciente. Es inútil", sentenció ella la última vez que la vio. La puerta del tren se tragó su espalda (que nunca se voltearía, juramento) y el alma de él estornudó una regresión de karma vetusto.

Ella también se llevaba el vacío.

Neón


Un cielo de oro azul
y el mar
bajo tus pies helados
de crema.
Un caído en esferas
cubiertas en luna
y desnudos en bares
de abiertos abanicos
óqueos.
Siempre fue
el gritarle al yacer
tu hedonismo más sacro.
Si baja el mar y sube
la ruina de la marea,
en siestas se planea
cielo afuera.
En quedados manantiales
voy a ver la sencillez
y la sepia dulzura.
Y voy a ver la noche hoy
desde el magma,
desde el control remoto,
voy a beber el pasto con
luces de aguardiente,
neón de aguas sobre las tumbas
de nuestros pasados futuros.
Tan pasados, mi cielo,
que ni los globos inflados
recuerdan tu boca inflando
sus almas de guirnalda
acaramelada, necia y sabia,
para el cumpleaños involuntario,
creyéndote capaz de rezar en la misa
del décimo aniversario
a cuerpo presente.

sábado, 17 de enero de 2009

Algo de lo que vamos a hacer


La raíz de todo es aceptar esa ambivalencia de la que ningún ser escapa, más teniendo en cuenta el hecho de que nunca termina de llover del todo ni de secarse nos la boca cuando queremos desparramar explicaciones de todo tipo acerca de nuestra expectativa al ocupar un espacio en el universo este que conocemos, de gastar aire, como quien dice. He ahí la falta que se nota y el que se nota en falta al notarse algo así como vivo, ambivalente y deseoso de saciar algunos de los hambres con los que nacemos, catálogo imperdible de derroteros que seguiremos a lo largo de todas las salas de espera que nos tocarán habitar después. Mucho después. Casi inmediatamente después de la primera parafernalia de dicha y desencanto.
Ambivalencia, ni más ni menos.
Silencio ambivalente, que es el callar lo que se piensa.
Y escritura. Que es callarse en vida lo que se escribe en letras.

Damas y Caballeros, sean bienvenidos a este blog.