jueves, 19 de febrero de 2009

El Oráculo en la Tormenta


Hace ocho minutos que ella habla con su lápiz de labios.
Murmura.
Las nubes lo cubren todo y la multitud espera en un silencio tan respetuoso como ignorante. Aburrido, en algunos casos.
Toma el micrófono y dice "nada habla hoy, pero habrá desastres al sur del Río". El maestro de ceremonia pide calma y ella aprieta el lápiz de labios en sus manos. Alguien del público ofrece un rímel y ella se larga a llorar agitando su pecho.
Suenan truenos.
Vamos a irnos, dice el maestro de ceremonia tomando el micrófono del piso. La multitud piensa en sus casas y en el lápiz de labios que, mudo, les niega todo futuro más allá del desastre.

Muchos años más tarde, en el neuropsiquiátrico, la enfermera se aburre en esa tarde calurosa mientras ella le pide por enésima vez que por favor le devuelva su lápiz de labios. La enfermera no contesta y piensa en cómo debería usarlo para sorprender a su hermana, aunque eso será cuando aprenda a abrir ese tubito que la llena de misterio, y cuando su hermana aprenda que está loca por ella.

Ahora la cama que la contiene es un trueno y en un relámpago su voluntad amenaza con emigrar. Al sur del Río, esa delirante invasión de sangre espesa que los cartógrafos se apresuraron a bautizar Bahía Transfusión y los místicos La Hemodinamia de una Nueva Era, crece haciendo llegar su aroma acre hasta las calles más alejadas del centro del pueblo.

Ella cierra sus ojos y clava sus dientes en el labio inferior hasta sentir la humedad y la primera gota que acaricia su pecho y la hermana con el dulce futuro que se acerca allí, al sur del Río,
donde el pueblo se termina.

lunes, 16 de febrero de 2009

Take it easy


Cortó el teléfono y, para cuando pudo dejar de llorar, respiró con un hondo cansancio lejano y me dijo.
Acá el tema no es si vendiste tu alma o no. Todo este tiempo que llevo vivido me convence de que nacemos con el alma ya hipotecada.
Y se rió. Solo para sí misma.
Y concluyó.
La verdadera cosa es ver si todos los años que vas a vivir te alcanzan para darte cuenta de que esto es así. O no.

Después le alcancé su abrigo y no volví a verla hasta aquel velorio en el que para no resignar su vocación eligió morirse ella misma y protagonizarlo. Pasé toda la noche evitando asomarme al ataúd por no querer comprobar nada. Aunque nada fuera ya a cambiar, tampoco estaba tan seguro. A las tres y cuarenta de la madrugada la sala estaba vacía y sólo el tío Ignacio fumando en la vereda. Me acerqué entonces al ataúd y me asomé a verla.
La cadencia palpable de las flores que ponen allí sólo para asfixiarnos me acarició el lomo en un gesto de amigo. Desde una distancia cuidada y estratégicamente lejana de todo este mundo tan cercano como virtual, ella sonreía.

Al pasar al lado del tío Ignacio le palmeé la espalda y él creyó necesario comenzar a decir.
No nos damos cuenta de lo poco que somos hasta que...
Eso, tío, eso, le interrumpí, darse cuenta lo es todo.
Y me alejé.
Y ella seguiría sonriendo hasta que yo volviera a verla.

domingo, 8 de febrero de 2009

Las huellas de un amor descalcificado


Sylvana se fue. Sylvana dice que ya no soporta mi costumbre de usar las bombachas de mi mamá muerta. Sylvana no entiende que el amor es una herida anal. Acostumbrado a repartir incienso cada madrugada hoy veo los fondos vacíos de su ojos y el aroma no me convence, Sylvana. De cuando en cuando repartimos sensatos beneficios de haber ocultado una gran pasión en medio de una pila de fiestas empotradas en cada filo de cada muesca de cada uno de todos nosotros. Nosotros, Sylvana, siempre te lo dije, debimos haber cambiado el auto cuando mi mamá murió. Sylvana dice, porque ella dice y yo escucho, que ella se va porque las bombachas de mi mamá muerta no le quedan bien nunca más. Sylvana dice que ella nunca dice eso y que yo invento todo lo que ella dice, así que nada de lo que yo digo es lo que ella me dijo, dice Sylvana. Pero el auto nuestro hubo que cambiarlo, Sylvana, y había que haberlo cambiado cuando murió mamá, pero hubo que cambiarlo porque al fin lo estrellé contra el desfile del día de la independencia y se quedó lleno de pedazos de caballos adentro, Sylvana, aunque, enojada como estabas por el tema de la inauguración de mi exposición retrospectiva de los supositorios de mamá fosilizados, quizá no lo recuerdes. Y sería importante, Sylvana, que hagas el esfuerzo de recordarlo, porque al fin era el auto y era también el bebé el que estaba adentro cuando el choque contra el día de la independencia y los caballos con sus pedazos que no eran paté porque tenían huesos, y eran duros, Sylvana, duros como lo son los huesos siempre. Pero aquella vez, y yo lo recuerdo bien, que cenábamos

viernes, 6 de febrero de 2009

Y siempre Verdes


Quiero liberarme de todo lo que no me libera y acostarme a dormir.Apenas, no exagera, te lo aseguro.Y sin maní...Haberte esperado en vano.En vano y en un desierto.¿Olvidado?Qué va... falta que lo publiquen en el Google Earth para que esto se pavimente de sueños estúpidos, de esos que nunca faltan. Pavimento y parquímetros municipales, vas a ver.¿A los estúpidos o los sueños?Tampoco está lo que se dice fría.Dije que no exagera.¿No te convendría volver a dormir?, murmuró con un intento falso de sonrisa acabada.Recuerdo aquella tarde en la que se me prometió tanto que el sueño me envolvió con una espera que duraría años, mirá... No va que me pongo a vivir y ni la espera me corre a la par. Decime, ¿con qué se parió la vigencia ignota de tanto sádico esperar a la nada envuelta en celofán de sueños verdes?Verdes, siempre verdes, ¿viste?... y el maní que no llega.Vuelvo a la arena que crepita, digo agitando mi vaso vacío para subrayar."Aquieta latidos de cadencias / agotados en sones marcados / de revivires ayeres y de matar, si lo quieres...", canta mientras agita rítmicamente su vaso sin beberlo."... y de sanar si lo vieres / a un cielo de ciego soñar", le completo la canción, mientras me levanto y dejo la plata de las cervezas.Esta vez, pago yo.