sábado, 26 de marzo de 2011

Tres cosas amarillas


Sé que hay frases que nunca voy a poder escribir. Las leo en otros. Las leo en libros. Las veo. Están ahí como para recordarme su indecente honestidad acerca de mi incapacidad para sumergirme en mi propio asco.
La figura pesada de Swenson se hacía más añeja en la tarde. Afuera, el viento lamía despacio los bordes secos del tiempo y nosotros caminábamos tenues por un epílogo tácito.
¿Qué importancia tiene, en verdad, conocer tan de cerca nuestros propios límites? lo dijo mirándome a los ojos, como cuando le daba algo de relieve a un tema, usando su mirada hundida para subrayar. Joven amigo, prosiguió casi risueño nunca queremos saber qué tan sólidos son esos límites porque a mayor certeza menor vida. Si no puedo ir más allá de eso... ¿para qué?, me dirán "por todo lo demás", ¡pero todo lo demás ya lo tengo!, aunque jamás lo arañe siquiera... ya lo tengo.
Suspiró agitado. Sentíamos arrastrarse las hojas del otoño por las calles, afuera, mucho más lejos de lo que una tarde tranquila nos podría merecer. Terminé mi café y al apoyar la taza ensayé alguna palabra pero Swenson  tenía el telón del acto.
Si hay frases que nunca voy a poder escribir entonces ya no quiero escribir ninguna otra. 
Lo dijo como un mantra, como un rezo monocorde. Demasiado cierto para ser verdad. Y agregó:
Porque todo no será más que el remedo de una palidez absurda, el consuelo... y en el consuelo no hay arte alguno. 

Abandoné su casa tarde en la noche. 
Me despidió de espaldas, en su sillón, hundido en un silencio que cobraba formas diversas, ninguna amable. 
Caminé por las veredas desiertas respirando el aire frío, pensando en Swenson y el vacío triste de sus murallas. 
Tres días más tarde, leyendo el diario durante mi desayuno, me enfrenté a la paradoja de sorprenderme por mi ausencia de sorpresa ante la noticia del suicidio. ¿No era de algún modo lógico? Ninguna búsqueda debería ir más allá de lo que uno está dispuesto a pagar. 
"El precio de todo es todo", creo que le escuché decir a Swenson alguna vez. 

martes, 22 de marzo de 2011

El juego del canario y el dragón

como deshacer tu pelo
en medio de nubes
como desarmar los riesgos
en tubos de aluminio narcotizado
regar las calles con la sangre
que doblaba cuando me ungías
miembro
que regaba cuando me partías
y siembro
tus células de plástico que no ven
los campos de tu voz alta
cayendo en pozos de mi
silencio
aturdido
desmañado
como el batir de camas
entre los restos del acero ansioso
como tu bata de escamas
desgarrando mi piel de esquirla
sabia gris y angustia de despieces blancos
toda esmaltada de polietileno hueco
llegaste al aire de mi vientre
con dos juegos de relojes
oxidados
midiendo
ahogando
cociendo
cada mirada de cada beso y por cada fragancia
y aún así
aún a pesar de los mirlos de escarcha
que vivían en tus senos
y aún pesando la batalla
que cada beso descoloca en cada sexo
llegaste corriendo al fin
al fondo
a mi
y te quiero

sábado, 19 de marzo de 2011

Cinco cero uno


Da la vuelta.
Voy a tomar revancha.
Todo no es más que un horno que anda mal. Muy mal.

Vas a tener que quererme desnudo,
si me querés.

Te miré a los ojos contra el mármol blanco. Tus pupilas se entregaban dentro de tu cuerpo al fragor del calor y el óxido básico de nuestras lunas amaestradas.
Cinco de enero me dijiste. El año de quemar las pieles de animales mutilados agregaste sonriendo.
Por esa calle y por la vuelta. Necesito que vuelvas a pasar por ahí. Necesito tomar revancha.

Vas a tener que besar mi muerte,
si me matás.

Comprar el pan y... ¿algo más? se te caían las escaleras de barro cuando pestaneabas así
¿Algo más? se te cerraban los pechos y el incienso te volvía de nylon gris.
Yo necesito coros de algas marinas cantando debajo de nuestra cama. Pero primero necesito una cama. Y un nosotros. Porque vos estás ocupada bordando tu nombre con hilos de oro en el revés de tus párpados. Te obsesiona olvidarte. Te apasiona silenciarme. Los coros inundan de agua las sábanas y mientras vos reís yo me asfixio por cada una de las veces que no te conozco, que no existís, que no cantás.
Cinco de enero y suspiraste
Siento las horas cayendo en fosas marinas y cada caer es un detenerse que me detiene sobre vos. Sobre tu horno. Sobre el pan que no queda... y se te cercaban las vidas pasadas en cada oscilar de tus pezones bajo la remera. Me mirabas mirarte. Te mirabas mirada y supiste que te imaginaba enterrada en sal.
Entonces da la vuelta. Necesito tomar revancha.

No sé nada del río en el que siempre nado. 
Sólo se me da muy bien eso de naufragar.

Sé que soñás con tu agua inundando mis pulmones y sé que despertás en medio del espasmo... buscando el vaso de agua en la mesa de luz (el agua de la luz, como si abrieras los ojos y sonrieras al mismo tiempo). Y sé que me mirás pensando que, si respiro, esas lágrimas que se desmayan por tu cara son ciegas, esas caricias son sordas y todo tu cuerpo está mudo de mi.
Por esa calle y por la noche, caminabas descalza en la soledad de tu entierro. No hay coros. No hay algas. Pensaste en dar la vuelta por si acaso sigo respirando. Y por si acaso el pan... y el horno, ¿no?...

Vas a tener que despertarme,
si de verdad me amás.