martes, 27 de septiembre de 2011

La Balada de Mer Gintangí


(o cómo tunear unas medias negras hasta volverlas un aleph de bolsillo)

Texto creado por Cariátide y V. Onoff


Te digiero arrasando lágrimas.
Sos lecho todo alrededor, sobres en el piso, ya lo largo, lo ancho, lo mar de volutas como droga de sed y de mentas me olvido de sazón al llagar en silencio, toque tu voz y de gala aguanto donde esquila asible, de lisa rodable y su Mer Gintangí viciado, tomando sigilos de Toulouse en piojos de lata y rapeles corno fechas. En ser puente ando moraleja y tu misil nones en dual, quiera dormida anula gime de espanto, ¡man, te han castrado!, cánico, en pociones de cavar y pintar en paredes espalda de ciertas rectas las formas de sumisas sales riendo por la esperanza, hiel con suelo, que verdines húmeros de sexo ocurras y frenos o través, ex presiones de cavar y sangre se aliviará la reseña junco atrás, amores de oído, te hielas, noche que peña pena adentro de uno y hundía de sol compacto y recio de tunas rezado, cal entre mi arte de pena entrar a tus mojos volando la misha de ese grillo que aspa mil leguas, cité acá ripio pupila almendro, fiera de tu alcance y conocido el vino, ando caracoles (tres pares por venta de maneras, negra).
Rojo de cierto. Rojo pena. Mojo mirada. Raja sien. Rozo boca devorando albor mientas tu misa me ella cura todos los entes en mi siempre, medios negros que quisiste desnudos para partir un mazo que mordió la cama que detiene al árbol. Y ahora carne me entras, me dirás, y me son veces que te dueño y que no es un traje, no un olvido redento y rasgado, amar de sol hechas a duras rimas al ras de la nada.

Descreído del desastre y encrespado morbo erecto con mazo mordido. Árbol detenido y sol naciente, dije, que tu vos no aturde (y no la azetees porque sonás a silencio) cual tunas rezando, cual vulva latiendo en simposio de tristes escayolas, en algoritmos de seno y coseno virgen.
Cianótica paradoja escapada regurgitando semillas de celo tibio. Calzado de hierba. Pie de manzana. Justificación autóctona de rutas híbridas que aplastan, como sapos del atardecer, todos los sigilos de Toulouse, todas las ilustraciones de Larousse. Manzana de luz escanciada en útero de sal. Te veo y no puedo creerlo, aunque saberlo es merecerlo sin tortura, sin entradas de carne por dentro y gritos por fuera. Porque sos lecho todo alrededor y sos una saliva ahumada que me inciensa el estómago definitivo, el de rumiar la meretriz de tu palabra despedida:

puta acabada en ruta deshojada 
de invierno amargo, de camión arrasada 
de grillo soberbio de canto rodado 
en tus cantos sobados 
de puta en celo raso. 

Y al llegar olvido. Peaje. Ticket. Escupir el primer mate.
¿Lloraste alguna vez ardiendo en la lluvia?

Me desleía el sastre cada sorbo electo amasando, urdiendo sobre algo tenido y son y siete dijes que tu tos acepte para el torque y el porque del as de la simiente. A tunas rezado y con tu mazo dando, latir sin ocio seco, ritmo de algo que, en pecho y cohecho, turgen cianópticas para dos espadas que, hurgando demencias de reloj cúbico y cansado de yerba con piel manzana, justo acciona (autónomo de lutos frigios que arrastran trapos del atar y ser de todo silogismo tu luz) tu ilustre mañana de rouge descansada en un último tebeo (y no aprendo).
Crece. Aunque beberlo es someterlo sin montura siniestrada. La carne del centro y centroforward que gritan, porque sos techo todo alrededor y sos una sativa humeante que me ciencia lo malo en infinitivo, el de arrumbar el mar en trizas en palabras pedidas, fruta arrancada a punta de hoja, puto invierno mago el envión que amasa de brillo sobre el bio de tu santo robado y tu tanto rodado, sobrado de putas en tu cielo ocaso y, a pesar del olivo, viaje, rimmel, esculpir el primer catre.
Empapé a la duna hirviente hasta hacerla estallar.

Recé en el monte de los olivos hasta que las tunas lograron amasar (autónomo rumiar de mudas álgebras en tus sillas). Nunca fui el esperado desequilibrio del lecho, que alrededor del todo baila-canta-danza-salta-hierve por tu espalda iridiscente de dorados esteros.
¿Dónde te fusilaste últimamente que no te veo más balas en la mirada?
¿Dónde hilvanaste la punta de cada hoja con esa compota de puta arrancada?
Exprimir el cielo con colorantes de uso permitido. Sacar las ollas del fuego a la par que vaciás la pileta y tu pie se enrieda en mi techo de bizcochuelo de limón.
Vas a arruinarlo todo, Mer, vas a llevar a un muelle tus alhajas de telgopor y vas a desafiar al viento con tus ideas llenas de caries. Ya no soy más la fiera de tu alcance soñado y tenés que saber que el sastre era analfabeto por parte de loro. No te rías, Mer. No te rías más así, sin montura.
¡Luz!... ¡Luz!... ¡Luz!... ¡Luz!... ¡Luz!... ¡Luz!... ¡dame toda la luz de una sola vez y montame en tu rouge cianóptico hasta que me desangre en llamas. ¿O no lo ves?

Crece en el monte de los ombligos la runa que logró pasar. Autópata en un mar de puras ánimas y millas busca, en el raspado desdén, equilibrio de helecho que almidona el todo va, todo da, todo sal por tu helada indecente de morados letreros.
Mándeme el fusil para ultimarme que no creo más en calas demoradas. Mándeme el detonante de la fusta que cada rosa se comporta como puta arrastrada.
Eximir del suelo al gigante en desuso. Secar las olas en fuego a la mar que vareás la ruleta. Y tu fe se me entela en el nicho de cielo sabor a millón, vaso arruinado y todo. Me voy a elevar del mueble, (tus ventajas de tela y sopor) y te voy a desdentar el siento con mis serias penas de carne. Ya no voy a la feria de tu calce armado, así volvés del saber, de quemarteme en alfa y betas y en partes del todo.
No delires, pez, tonterías más de tu factura.
Pus, pus, pus, pulsame la puta pus de luna una única vez y contame del mousse óptico hasta que se me desgane el alma.

Yo sabré ronronear pasándome la runa por mis olivos, por tus entelados nichos, por cada rosa de sal marina para todo consumo humano, dice Mer, mientras mastica luces arruinándolo todo, apagándolo todo, ruleteando escaceces a pura alhaja escupida.
¡Sobre la tía!, grita, ¡sobre la tía!,ruge ronroneando Mer, mientras me quema sin sonrisas con aspirinas en desuso.
Yo sable, yo herida, yo fusil, dicen los ecos que toda alfombra le ensarta en cada hoja de cada puta con botas. Aclamo tus lutos frigios, aprendo tus tebeos rosados, dejo de respirar tus leños al caer la noche y te veo enroscado.
Para dormir ya.
Para mi.
Desdobla mi corazón en cuatro y lo calca al grafito mientras la aorta le chorrea helado de limón, bizcochuelo que disimula sus frambuesas con mis coágulos más queridos. Ya no sabré escuchar tus ladridos sin dormirme en los ocasos de esas calas demoradas. ¡Ay!... regarlas con mi plasma y abonarla con mis glóbulos no le devolverá la letras a tu sastre analfabeto. ¡Ya!, ¡corre por las rimas de bacalao, que acaba de sonar el olímpico disparo y nos vamos a una tanda!...
¿Lloraste alguna vez al presenciar tu autopsia?
¿Miento si miro tu garganta y sospecho de tu escudo?
Yo sabré acomodar cada silo de granos. Cada grano con pus. Cada gota de luz. Cada yo. ¿Cada cuánto vas al pueblo?, quiero saber para pedirte una vieja colina de anís, quiero saber porque será la última estrella que acostaré a mi lado, dijo Mer, antes de cargar el fusil con sus seis dedos índices.

Porque una cosa es disparar,
se,
y otra otra muy distinta es no saber,
se,
en qué página uno caerá,
escrito.

No cabe el ruido ni cabré en la laguna el domingo, ni en tus entredichos sobre cada cosa de mala madre o de humo en mano. El mar miente mástiles cruces y la laguna, la laguna se ahoga, es rulemán descalzo, una hija engrupida.
Obra sobre la mía. Latía y ahora se hunde en Mer, que se queda que se risa que se aspira toda en el humo. Endiosable ella, creída, imbécil, dicen ahora los ecos. Que toma formas de carta cada hoja que depura y explota. Al cabo disfruto, finjo, prendido a tus besos arados, tejo el explorar con el ceño de la noche al lado.
Ara dormida.
Para mí.
Se dobla la sazón sobre el cuarto y en la sala el rito se acorta a la hora del postre consuelo sin azúcar en la boca como amarga la lengua temida. Ya no cabe el luchar contra el vidrio sin hundirme en los vasos de unas damas sin morada. Preñarlas en cambio si con mi asma y abandonarlas con los lobeznos vayan detrás del hombre alfabeto. ¡Ya borré las cimas, acabado. Alcanzaba con soñar con el pico y sin embargo la subimos arrastrando...

Depararás nieblas oscuras. Depravarás los mares que se doblan ante tu hazaña. Dormirás despertando la locura de señas amargas en cimas de asco velado. Viento de sal metalizado en tus entrañas, que usa las noticias del día escapando de la asfixia suburbana, endiosada, lenta y fugaz, balde de pintura deshojado sobre tu lengua para volver palabras invisibles de inservible compostura.
Yo te abyecto. Te supuro en ruinas de peces de delirio dorado. Vamos a cocinar por la noche un futuro desalentador para servir pocillos de orgasmo inmediato. Y verte brillar cuando amanece. Despierta y en pie mientras desangras cada hilo de pasado sobre mi tumba revuelta.
¿Llevás flores a cada descomposición sólo por esa ceguera?
El sol en lo alto y la puta arrastrada lejos de la cima. Ambos mirando la estela de sangre y siguiendo su pista de almizcle dulzón. Mer inclina la cabeza a Venus y su lengua abraza piedras rodando cantos. Tomando el mazo partido llevo el morbo erecto hasta el cráter de tu desánimo, tratando de hundir en forma infinita cada pétalo de sol varado en tu vientre.
¡Fuera del camino!... el fin llega a su rito.
La cena está servida.

Desparramada la clara de nieve ocupa y derrama los moldes que te pueblan de noche el mirar desesperado, la amargura mansa, metáfora feroz de un Dios congelado. Viniendo de vos, las mañas, las minutas de caricias se espantan como hermanas que en dos camas llaman a la menta, haga de montura al desbocado sueño que tu lengua ha de volver  y borrar lo divisible en hermosura.
Y el sopor de lo puro a veces, impuro a ratos. Tenerte de pie, amar de a uno tus desiertos y sentir el frío bocado del diablo. Y verte brillar, también, cuando oscurece, de niebla o de pura sombra de anclas cada día un poco más hundidos bajo este sol de lejos.
¿Me das flores cada vez o solo cuando miro?
Con voz de mando te arrancaría lejos de la cama. Los dos cosidos a la tela, sábana de sangre y mintiendo una risa que dice ¿viste, Mer, la cima? ¿Trataste, Mer? ¿Alcanza, Mer? Y vos mirás de costado mi  canto y resoplando das por perdido el partido y de un sorbo perfecto armás otro ánimo, otro tratado de cómo vivir cada segundo de sol, soldado, en mi mente.
¡Tanto camino!... para finalizarlo en un grito.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Un puente labrado en hielo


Noche. Y la lluvia se acuesta en mis huesos.
Con un hermoso brillo, el empedrado de la calle me habla de magia y yo cruzo hasta tu puerta respirando la melancolía húmeda de una ciudad desganada.
Cruje el piso de madera. Hay oscuridades colgadas del pasillo que me van desnudando. El agua conversa tibiamente con el techo y sus años, abraza el piso luego, brilla sin ser vista, mira, muere, escapa levemente.
Paso por dos cuartos vacíos. Cosas olvidadas. Humedad. Llego al fondo del pasillo y la puerta entreabierta mira mi pelo mojado.
Entro. Mis pasos acompasan las goteras. En varios lugares el agua estalla contra el piso rítmicamente. Sentada contra la pared, tu piel blanca es un alivio desnudo para tanta oscura humedad. Tu cara cubierta por tus brazos y tu pelo por todo vestido.
Ruego por un tango, pero no hay banda de sonido. Ni viento. La noche es sólida aquí adentro. Y tu respiración.

—Acaba de irse Jesús.
Y tu voz ronca.
—¿Qué te pidió?
—Agua
—¿Y se la diste?
Claro, es de él...

Nunca pude mirarte a los ojos sin sentir inquietud. No sólo son negros, son también exageradamente profundos. Y no es que me queje por caerme adentro, pero en verdad nunca supe que hay en tu fondo.

¿Nada más?
Se fue. Me dijo que perdía el último tren a Madariaga si se demoraba.
¿Ahí está parando?

Siempre tuviste esa costumbre. En todo diálogo te salteás una frase. Siempre habrá una frase que no digas, una pregunta que no respondas. Es como una forma de dejar al otro con la idea de que algo de lo que está preguntando te resulta estúpido. Hace un tiempo odiaba eso. Ahora lo acepto como la lluvia. Como todo lo eterno.

¿No tenés frío?
No me importaba en verdad, pero quería una excusa para tocarte la piel.
Sí. Pero no te  muevas. Y no hables.
Obedezco. El mundo sigue goteando. Ella respira en silencio, sin mirarme.
Escucho la puerta de entrada abrirse.
Ella alza la cabeza y me mira por primera vez. Sonríe.

¿Y tu ropa?
Ella se mira los brazos, como si no se hubiese dado cuenta de su desnudez.
Ya hace demasiado tiempo que voy vestida de agua. Si me seco, me muero.

Recién veo la pared tras su espalda y el agua que baja por ella. Cómo se abraza a su piel y cómo se bifurca incontables veces recorriéndola. Sus pestañas como picos de estrellas. Sus hombros perlados. Su boca como una flor glacial enterrada en sangre.

¿No tenés frío?
Me imaginé abrazándola y secándola hasta su muerte blanca para satisfacer mi egoísmo azul.
Soy el frío.

El mundo sigue goteando. Ella respira olas de humedad y mira a un horizonte desesperado.
Escucho la puerta de entrada abrirse.
Ella alza la cabeza y me doy cuenta de que no sabe pedir ayuda. 
Pasos en el pasillo, lentos.

¿Dónde queda Madariaga?
A la vuelta de tu pene, pasando la placenta de tu madre, unas dos cuadras al norte dentro de tu semen.
Uno de los pocos lugares adonde aún llegan los trenes...
Y Jesús.

¿No tenés frío?
Tocame...

Escucho la puerta de entrada abrirse.
Ella alza la cabeza y me acaricia el futuro con sus párpados. Cierra los ojos mientras suenan pasos en el pasillo, lentos.

Soñé que estabas embarazada.
Tac... tac... tac... las goteras le ponen puntos suspensivos a mis frases.
Te soñé parada en puntas de pie, como bailarina, en la baranda de un puente labrado en hielo. Y me mirabas esperando la orden para saltar.
Una sirena encrespada tajea la noche allí en la calle, más allá de nuestra ventana.

Soñé que estabas embarazada y que te parías a vos misma. Por la noche me invitabas a cenar tu placenta y tu vos-hija se tomaba la teta a si misma. Los dos reíamos mucho mientras planeábamos nuestras vacaciones en Leningrado, en una casa de hielo que tu tío prometió inundar con agua tibia para que no sufras tanto. Dejabas de reír cuando me veías trenzarte un collar indio con los dientes que se te iban cayendo, congelados; yo te lo colocaba luego alrededor del cuello y vos acariciabas los dientes de a uno, con ese brillo blanco que ambos recordábamos tan bien.

Dame la orden y salto.
Dame el puente primero... y te abrazo.

Escucho la puerta de entrada abrirse. Los dos nos miramos pensando en la cantidad de noche y de agua que puede haberse colado desde afuera, por esa puerta, durante esos segundos. Poco falta para ahogarnos y ninguna puerta es piadosa. Suenan pasos en el pasillo, un oleaje sincero, lento y cálido.

Es mi mamá.
La figura de la mujer alta y blanca, parada en la puerta del cuarto acalla el agua de la noche como un sol revelado en negativo. 
Sé que si dejo de mirarte puede que te vuelvas hielo de mujer y puede que el puente acabe por saltar dentro del negro de tus ojos. Pero la mujer me habla.

Hablé con Jesús en la esquina, le pregunté por ella y me negó haberla visto. Le pregunté por el agua y me negó haberla tomado. Le pregunté por su piel blanca y me negó haberla tocado. Tres veces la negó y luego sonó un trueno lejano y pálido, como un tren que anuncia la partida. Jesús palideció y se escurrió en la noche. Vi su túnica amarillear bajó la llovizna encendida por las luces de la calle, flotando, huyendo, negando.

En otro cuarto de la casa el techo se desploma bajo el agua, litros de agua caen sobre el piso de madera y se vuelven hielo, hunden el piso y su brisa de glaciar nos llega erizándonos la piel.

¿No tenés frío?

En otro cuarto de la casa el granizo revienta las ventanas. Vidrio en cópula con hielo. Agua como sangre que desarma las maderas del piso. La casa sangra. Su piel de madera se retuerce sin gritos.

Alzame. Llevame en tus brazos. Necesito escapar hasta el puente.

La mujer alta y blanca se desnuda en la puerta del cuarto. Veo los bloques de hielo avanzar por arriba de sus hombros mientras ella sonríe con gesto de hotel. Y nos dice.

La casa de Leningrado está lista. Mi hermano acaba de inundarla en agua tibia para el parto.

Sus senos se van congelando y endureciendo, intenta sonreír y los dientes caen al piso, blancos y brillantes, sus ojos se cristalizan y estallan, los bloques de hielo derriban la puerta y la tapan.

Es mi mamá.

Me lo decís mientras te alzo en mis brazos, con mucho cuidado de no secarte. Tu cuerpo se escurre por mi piel mientras escondés tu cabeza en mi hombro. Pienso en cómo salir del cuarto mientras el techo comienza a desplomarse bajo el hielo. Los pedazos de madera mojada me pegan en las piernas y rebotan contra las paredes. La pared acaba por caer y siento el agua rodeando mis rodillas. Tengo miedo de que te duermas antes de tiempo, pero el techo acaba de caer y el puente de hielo nace a nuestros pies, blanco, brillante y helado.

¿Vas a subir?
Voy a parir.

El tren abandona Madariaga y se hunde en el hielo de la noche. Pienso en Leningrado y en la leche helada de tus senos, mientras veo cómo tus piernas caminan hundiéndose en el hielo del puente. 

Antes de que termines de cruzar te das vuelta y me mirás a los ojos.
Desde allí.
Al fin entiendo qué hay en tu fondo.
Y al fin termino de caer.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Medias negras


Como arrastrando lágrimas / sospechas todo alrededor, por sobre el piso y a lo largo / ancho mar de voluntades como dragas sedientas de olvido / desazón al llegar el silencio que tu voz me regala cuando / donde esquía posible, desliza probable y sumerge intangible vaciando / tomando siglos de tu luz en ojos de plata y papeles como flechas / serpenteando moralejas y sumisiones en cualquier comida azul, vorágine de espanto, mantel arrastrado, pánico, explosiones de caviar y tinta en paredes desiertas / repletas alfombras de sonrisas saliendo por la esmeralda y el consuelo, jardines húmedos de sexo a oscuras y truenos otra vez, explosiones de  acabar y san greseme nsalivará que suenan junto al jazz / flores de olvido, tinieblas, noche que sueña adentro de un día de sol con pasto y rocío de luna freezado / caliente mirarte de penetrar tus ojos violando la dicha de ese brillo que raspa mi lengua si te acaricio pupila adentro / fuera de tu alcance y cocido en vino, mirando caracoles trepar por ventanas de madera negra  / rojo desierto / rojo vena / rojo mirada / rojo sien / rojo boca devorando árbol mientras tu risa me eyacula todos tus dientes en mi vientre / medias negras que hiciste un nudo  para parir un lazo que rodeó la rama que sostiene un árbol, y ahorcarte mientras me miras y me convencés de que te sueño y que no es un trueno de olvido / sediento y dragado mar que sospechas a pura lágrima arrastrada.