miércoles, 13 de agosto de 2014

Plastificado sea tu nombre


La mujer sentada del lado de la ventanilla reza el rosario por un celular. Del otro lado de la línea, Dios coloca una frutilla sola en una vereda. 
El edificio antisísmico oscila cuarenta y ocho milímetros mientras el sol casi se hunde en la línea del horizonte, y dentro del pecho de la chica la respiración se entrecorta al ver la foto. 
Sálvame, seas quien seas, piensan en el fondo del pozo. 

La bandera no acaba nunca de ondear y él empieza a bajar de la montaña. 
"Luego de finalizar el Salve, oprima la tecla numeral para salir y enviar, u oprima la tecla asterisco al fin de cualquier Padrenuestro para salir sin enviar". 
Colgando del árbol de la vida, movida por la corriente del río debajo, la túnica a medio rasgar medita en flores por nacer para el día siguiente. 
Hunde las monedas en la ranura y su ansiedad estira las manos hacia el vaso blanco de café; lo mira como si por dentro lo recorriera el último milagro de la humanidad
Sálvame, aunque me lleve el pozo por alma, piensan sentados en la sala de espera, mientras la secretaria azul le marca el bajorrelieve rojo de su futuro al ajedrecista que sonríe. 

La pisada, a cuarenta y ocho milímetros de la frutilla sola en la vereda se finge apurada, pero sus bolsillos no flamean por el peso y él apenas piensa en llegar peinado al ascensor. 
Dientes. Muchos dientes. Hay miles de dientes humanos en ese pozo desenterrado y la mirada de ella semeja la transfiguración de una virgen, pero su compañera sólo medita en hacer un chiste sobre un odontólogo psicópata y apaga la linterna de su casco, dejando a oscuras la tapa de la Biblia que comienza a quemarse en silencio. 
La bandera se detiene y el sexo del viento frota su mástil, pero él calcula mal la piedra y quiere evitarle a sus oídos el sonido del hueso roto. 

La sala de espera se vacía y el ajedrecista ya no sonríe pero, con sus dedos manchados del futuro rojo de la secretaria, saca una tarjeta personal de su bolsillo que no flamea por el peso. Alcanza a ver su rostro reflejado en los cristales de cada ojo de ella. Está despeinado.
"El número solicitado está fuera del área de cobertura". Del otro lado de la línea, la túnica rasgada florece en frutillas de septiembre y el árbol de la vida tararea una de Elvis sin saberse la letra del todo. 
Apura el último trago de café y mira el fondo del vaso blanco: la borra delinea la forma del edificio antisísmico cuarenta y ocho minutos antes del derrumbe. Pero la chica aprieta la foto ahora contra su pecho bañado en arritmia y él deja el vaso en el cesto de basura de la estación. 
Llenan el balde con dientes, muchos dientes, todos dientes humanos, y su compañera imagina un cine con un balde de pochoclos en su falda, mientras en la oscuridad de la sala la Biblia sigue ardiendo en el fondo. 

La bandera reza, plegada al mástil, un hastío de nieves eternas, pero él sabe que eso blanco que sobresale de su pierna es el fémur y que ya no saldrá más de allí. 
"Sálvame, lo quieras o no", dice la tarjeta del ajedrecista y la secretaria siente derretirse todos los cristales del pasado. Odia la sala de espera vacía como odia el sonido del torno del odontólogo erizándole el vello de la nuca cuando está en ayunas. 

"El número solicitado no corresponde a un abonado en servicio". La mujer se levanta, olvida la ventanilla y toca el timbre para bajar.

Dios guarda la túnica ya deshilachada.
Apaga el árbol de la vida sonriéndole a la última luciérnaga.
Vacía el balde de dientes y guarda el río adentro.
En la Biblia, ya el Apocalipsis se está quemando.