lunes, 9 de febrero de 2015

Crónicas de la Cúpula

I

La pequeña torre en forma de cúpula, con detalles varios entre lo barroco y lo añejo, de ese color verdeolvidado típico. Asoma entre los edificios que la rodean, que no son nuevos, pero están presentes. La cúpula no está presente. Es un recuerdo enclavado en el hoy real. Es un testimonio de que un recuerdo puede tener cuerpo y espacio fuera de su historia. Ser concreto. Materialmente está ahí, se puede ver y tocar, pero su estilo es tan distinto a lo que la rodea (encima, sobre, pegado, casi aplastando) que nítidamente se deforma como se deforma un recuerdo. Se diría que resiste, pero es mentira, porque no tiene a qué resistirse. Nadie la ataca. No está ahí. Cada edificio que la circunda está más preocupado por su propia vejez, por su acelerada enfermedad que se llama actualidad. 

Estos ventanales, cuatro consecutivos ocupando toda una pared, me traen esa imagen de recuerdo enclavado en presente, en un retazo oblicuo de ciudad que se embebe en metáforas desgastadas a través de los vidrios sucios. 


II

Hoy llueve y la cúpula cierra los parpados, soñando una ciudad que desgaja latidos en su memoria. Sólo en su memoria de paredes curvas. Esa sombría dimensión en la que nunca voy a entrar. Ni yo ni nadie. 

Dos pájaros en dos cables diferentes le dan la espalda. Vigilan que la lluvia no cese y que sus plumas no sequen su memoria de cielos encerrados en la cúpula de un huevo materno. Cúpula, pájaro y pájaro. Los tres en silencio pincelan el gris de la mañana en un lienzo que el tiempo les presta. 


III

Ahora un sólo pájaro queda. Encoge sus patas y descansa sobre el cable. (La cúpula envidia las patas y el descanso, desde su jerárquica arquitectura autista). Mira la ciudad que se extiende bajo su pico, ese sueño que su madre le borró de las alas para que pueda volar junto a la cúpula real. El verdeolvidado es tan igual al color interior de sus alas que acaba por lagrimear.


IV

El pájaro se fue. La última vez que no lo vi, dicen que lloraba de risa imaginando que era ciego y que conocía a la perfección el interior de mi ventanal y los rincones de mi encierro. La cúpula calla. Pero deja que el eco de sus curvas se vuelva cómplice de esas carcajadas. El último pájaro de los dos se fue. Los cables están vacíos. No lloran ni derriten plástico.


V

Volvió un pájaro. Le da la espalda a la cúpula y ella no se la acepta, soberbia en su verdolvidado eléctrico por la lluvia. Se limpia las plumas con el pico buscando un renacimiento en forma de viento azul. No quiere caer más. No quiere que la lluvia le arrase las alas de lágrimas ante la indiferencia. Mientras, ella empuja la tarde para que la noche de su interior se sienta cómplice. 

El pájaro vuela del cable. Ventana sola. Espera.


VI

Pájaro parapetado detrás del cable. La cúpula le miente que un cable puede esconderlo. Pero él es tan feliz en la inconciencia de creer que esconde sus alas del aire azul. Las ventanas redondas de la cúpula parpadean insensibles.


VII

Enero. Le convido un mate a la cúpula. Sonríe, mientras el sol le está maquillando el semicírculo del lado este. Hoy esperaba verla en el piso. Se lo digo, mientras pensaba en callarlo. Pero ella está embobada con su maquillador y me contesta que aún no han llegado los pájaros. Luego de un rato me pregunta (se pregunta) por el piso. Pero yo soy respetuoso con los terrores ajenos y le tejo sombras de ventanas ovales con argumentos de plumas en acordes de gris.


VIII

Diez aeme. Tres cables bailan por fuera de mis vidrios pero se burlan del viento. Son torpes. Apenas saben agitarse un poco. Temo que la cúpula repare en ellos. Me da vergüenza, porque ella sigue en estado de belleza, maquillada de sol por el este, y estos cables apenas si pueden exhibir alguna curva maltrecha, desgarbada, desairada de toda armonía.

Llevo la vista por detrás de ellos justo para ver a una ventana arrojarse al vacío a través de un hombre inmutable. 

No, pájaros aún no. 

Escucho en el satélite más próximo: "claro, para el cielo es fácil porque no tiene que andar recargando crédito, puede llover cuando quiera, incluso a larga distancia". Del otro lado suena una canción verde, ronroneando majestades de agua y mi mirada sigue en la ventana. Los cables ya no bailan. Un minuto de silencio por el movimiento que ha dejado de acaecer. 

Abajo, nueve pisos más abajo, en la carpintería de turno organizan el velorio de la ventana arrojada. 

Y no, me dicen que al vacío no lo van a invitar.


IX

Casi las once. Casi un equipo de fútbol. El maquillaje del sol debe ser a prueba de agua porque, a pesar de que no llueve, la cúpula tiene los triglicéridos de la vanidad altísimos, inflamada de brillo, con el ego barnizado de cielo marmóreo. Y no me mira. Ayer (todo lluvia, nube, barro y grisedad) me miraba. Me buscaba. Hoy, ni pájaros. Todo sol y cables. Si no fuera porque tengo los brazos cansados y el mate a punto de lavarse, montaría la luna sacándola de su órbita de caballeriza obcecada y arremetería contra la soberbia del sol, trayendo la noche en la mochila para que todos aprendan. 

Mentira, sólo para que la cúpula aprenda. ¿No hay más pájaros?


X

El vidrio del ventanal se sienta a mi lado. Le preocupa saber si se notan mucho las tres rajaduras que tiene. Sí, se notan. Incluso, cuando el sol les desafía el filo y los recorta contra el cielo, acaban por parecer una cordillera transparente con aires de neón. Pero para ella son las arrugas que identifican su vejez. Hoy, que es día de ventanas arrojadas, no le voy a decir nada. El sol ya no maquilla el este de la cúpula, ahora la baña por completo y ella duerme. En su interior hay un dios que se quedó a pasar la noche y ahora lee las escrituras pasa saber si aparece en algún capítulo. La cúpula desayunó con él temprano, antes del amanecer, y ahora la última media tostada se ilumina con el sol maquillador que se mete por la ventana redonda. El dios lee. La cúpula duerme. El vidrio regresa a la ventana, deprimido, viejo, rajado. No sabe lo lindo que es cuando se vuelve cordillera de neón. ¿Un mundo sin pájaros?


XI

Doce menos cinco. ¡Apenas como un rumor escapó un aleteo coordinando su vuelo con el parpadeo de mi mirada! El ventanal acomodó sus arrugas con mirada cómplice. Ya el mediodía puede partir el mundo al medio en paz.


XII

Cabe aclarar que el mundo se detuvo. Afuera todo está estático y la luz se puso de pie. No se escucha bailar a los cables. Quisiera poder decir que la cúpula está en el piso, pero cualquiera puede ver cómo se enrosca con el azul irrespetuoso del cielo. Un comunicado oficial da cuenta de pájaros atrincherados en el anonimato de un viento transparente. Se esperan novedades a la brevedad. 


XIII

Ahora oscureció.


XIV

Viernes. Pájaros. Los pájaros son viernes en vuelo. Y éste se mantiene sobre el cable como un miércoles de presente perfecto sin feriados. O como un puente labrado en hielo de océano. A o sea. O sea que el sol hace su mejor esfuerzo de las diez de la mañana para arrancar un aplauso del pájaro y nada. Abuchonado de espaldas a la cúpula, que cabecea en su asiento de subte. Se le hizo tarde esta mañana y ha dejado al edificio sin techo, sin terminación, sin fin. Miro y veo una cúpula, yo sé que no es ella, es un cartoon mal encuadrado. Su verdeolvidado original es imposible de falsificar. Viernes. Pájaro que vuela. Retornará más tarde. Porque de algo hay que morir, o volar.


XV

Cualquiera diría que es una nube. Yo sé que es humo disimulado que sale de la cúpula. Está quemando al dios por dentro, porque lo encontró decidiendo el destino del universo a escondidas con un GPS, y los gritos de "recalculando" no la dejaban dormir. El verdeolvidado disimula, pero el último pájaro vuela en círculos y me mira como quien sabe qué sabor tiene un grito en el cielo.


XVI

Ha pasado el mediodía. Una increíble masa de estómagos hacen digestión y, sin que ningún cable se agite de más, la cantidad de litros y litros de jugo gástrico no ahogan la ciudad por el sólo y piadoso hecho de aceptar vivir encerrados entre camisas y vestidos de ocasión. La cúpula aparenta tranquilidad y desapego al devenir histórico de todos los santos que marchan por la avenida. (Espíritus, son espíritus, me había dicho una vez, por eso nadie los huele.) Pero las ventanas redondas tienen contornos oscuros delineando los márgenes. Son lágrimas de sombra. La cúpula llora sombra. La miro como quien dice: nadie crema a un dios entre dos o tres tostadas y encara el día como si nada, como si el subte tardase o si los pájaros se pegaran el faltazo a sus cables. 


XVII

Apago la luz acá adentro. Callo al silencio. Cierro los párpados de la historia. Y me pongo a espiar por el ventanal, desde la nada. Lo sabía. La cúpula tiene el rímel corrido. Todos los circundantes edificios, malparidos malqueridos maltrechos malquiciados y en estado de ebriedad, carcajadean con sus paredes chorreando sol en la fiesta de la tarde. 

Y ella, sola. 

Pretende que la intimidad con unos gramos de cenizas de dios le bastan. Malentiende solar por solaz y soledad por sobriedad. Pero cuando el aire acondicionado azul que instalaron en el arco iris le confiesa que los pájaros, esos ausentes que le duelen, están colgando la piñata de la fiesta entre inflada e inflada de globos terráqueos, se quiebra en carraspeos de sombras que huelen a fastidio.


XVIII

Sábado que se llena de plumas. Pájaro ondulando sobre el cable. Una mecedora avícola. (¿Quién la aguanta hoy?) (¿Habrá visto cuando la fotografiaba?)

Los pájaros se alternan cruzando con líneas grises el cielo. Horror o placer, uno de ellos se sentó en la mecedora a mirarme por la ventana. Tengo su pico clavado en mi culpa y no puedo evitar sentir cómo el sol dibujado en plata le baña las alas plegadas. Dos aviones y cinco subtes de silencio me tuve que aguantar hasta que habló, haciendo ondas espiraladas en el vidrio líquido que no nos separa. Igual que la mañana. Quiere que no lo relacionen con la cúpula, que finalice toda mención a sus vuelos, que desvíen treinta y siete grados al oeste la trompa del satélite que, dice él, lo enfoca aletargado y, también según él, le perjudica el brillo de las plumas. "La radiación", me dice. "Está comprobado", agrega, moviendo el pico. Treinta y siete grados son muchos, y se lo digo, es casi fiebre. Pero cuando vuelvo a mirar el cable oscila vacío. La mirada de la cúpula es un riel de hierro verdeolvidado calando mi parietal como una sandía. Sin embargo no le hablo. Hoy es fotografía. Imagen, no palabra. El último día es de imagen.


XIX

La cúpula se levanta las solapas de sol. Es un sábado en el que pretende no ser protagonista, pero su vanidad le juega en contra. 

"¿Nunca te hablé de mi hermana?" 

Escucho, en medio de los cables, palabras como pelotitas de ping-pong rebotando contra las ventanas de ojos negros. 

"Está al lado mío, vive mi paralelo y, respetando la religión de la geometría, estamos destinadas a jamás tocarnos." 

Un pájaro pasa en medio de las dos, como subrayando ese aire que ninguna de las dos tocará en su vida. Mi ventanal sonríe con una mueca de desesperación, como si quisiera que yo entienda que él es parte de la misma religión geométrica. La cúpula se prende fuego, verdeolvidado enardecido que truena arañando el aire con estas llamaradas: "¡las ventanas son paredes mutantes que deforman la realidad!... ¡son unas obscenas que se dejan acariciar por las gotas de lluvia!... No sé qué decir y callo. El pájaro mediático regresa por su camino de ida y las palabras lo incendian, tornasolándole el vuelo y dejando una estela de humo color pluma en depresión religiosa. Quiero que suene el teléfono. La imagen es el último día.

2 comentarios:

  1. Qué cosa loca que algo inmóvil y tan presente (eterno, mientras no la hagan explotar, aunque vos las incendias), conviva con los pájaros.
    Bueno, los haces convivir, junto al ventanal y la lluvia.
    Sí, son mutantes, y la culpa es tuya ... y del sol.
    Gracias

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  2. Nada es loco en literatura.
    Y eso es lo más loco.

    Gracias, estimado/a Anónimo.
    Abrazo.

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