Nunca luz bizarra, nunca ceguera transparente.
Sólo olfato nadando
grato y yuxtapuesto
en la llanura del sueño menos salvaje.
Y el olvido.
Sugería la receta y firmaba la pared
con el graffiti sonriente y desalmado.
(Abierto al público, cerrado al cielo cierto.)
Y la mentira.
Nunca lo decía, nunca.
Siempre lo negro y la voz del cuello
engarzada en las espinas.
El ombú sueña espinas,
se murmuraba entre dientes
de león.
El corral se enllamaba
cuando dos ciervos apagaron
la luz.