viernes, 16 de junio de 2017

A Maca


—Están hablando de Macarena —dijo Ezequiel. 
Se le cayó el durazno que estaba pelando. Lo miró estrellado contra el piso y supo que el murmullo de la televisión era una pesadilla que comenzaba. Lo supo aún antes de agacharse a recoger el durazno. 
Ezequiel, con los ojos agrandados, lo miraba señalando con un dedo rígido la pantalla del televisor. Una foto, familiar, ocupaba la pantalla, con una banda roja con letras blancas, por debajo de la foto. El durazno resbalaba ahora entre sus manos, igual que las letras blancas que no alcanzaba a descifrar. No había caso, no se ordenaban. Apenas si se animaba a adivinar un “Hallan” pero no había caso con las otras letras. 
Ezequiel se tapaba la cara con las manos. Eso no ayudaba mucho. La foto era tan familiar que el televisor parecía un mueble alojando un portarretrato. Conocido. Rutinario. Ausente. 
Por segunda vez el durazno fue al piso cuando su hijo Ezequiel lo agarró de los brazos. Gritaba. Temblaba. Decía cosas. Otras letras se iban ordenando en la banda roja de la pantalla. “Desaparecida”. Y la foto. Algo tan raro. Tan familiar. 

* * * 

—“Ha… ma… ca” —le pareció escuchar. 
El bracito de los tres años de Milena se estiró señalando la otra punta de la plaza. Él lo miró, siguiendo el recorrido del dedo índice hasta los juegos. 
—¿Hamaca? —le preguntó a su hija, y ella lo miró extrañada. Seria. Extrañamente seria para estar pidiendo un juego. 
La alzó a upa y la llevó hasta la hamaca naranja. La sentó. Milena lo miró otra vez seria, como si su padre no la entendiera. Él comenzó a hamacarla. Estaba anocheciendo y se ponía frío. Tendría que llamar a su otra hija, que jugaba algo más apartada, y regresar los tres a casa. Hamacaría un ratito a Milena. 
En la otra punta de la plaza, un auto arrancaba dejando el grito de sus neumáticos por detrás. Algo se le enredó a Milena en su columna vertebral, algo frío y espeso que no la abandonaría nunca más.
Luego de un rato se dio vuelta y miró a su papá para que ya no la hamacara más.